La figura de Camilo Cienfuegos se multiplica en el verso, tanto como en las flores que cada 28 de octubre convierten a la Isla en un jardín. Porque Camilo es la leyenda, pero la leyenda enraizada en la más pura realidad.
Para siempre nos ha legado la sonrisa, el sombrero alón, las barbas rebeldes, el hasta siempre en la borrasca de octubre, su fiereza en el combate, la resistencia ante la adversidad, su don de mando y soldado entre su tropa, el buen humor, su cubanía… En algún modo una ética idealizada, un héroe de héroes, un hombre de mañana, porque lo supo ser sin cortapisas.
Así lo han sentido también los poetas de varias generaciones que confluyen en la lírica de nuestro tiempo. Diversidad estilística y formal, disímiles calibres en el aliento y la formulación poética, alturas desiguales, pero conciencia de responsabilidad ante el héroe.
Estas palabras pertenecen al prólogo de René Batista Moreno para su compilación de poesías a Camilo —Los fuegos de tu nombre—, inspiradas por el inolvidable héroe en varias generaciones de escritores…
De este poemario escojo dos obras, una de Carilda Oliver Labra y la otra de El Indio Naborí, y las ofrezco a mis lectores, ya cercanos al 28 de octubre, fecha en que los cubanos homenajeamos con una flor al guerrillero prematuramente desaparecido en los mismos albores de la Revolución por cuyo triunfo combatió siempre en la primera línea:
DUERME EL SOLDADO
Carilda Oliver Labra
En medio del desvarío:
«¡aquí no se rinde nadie!»
dijiste. (Que el sol irradie
tu voz y su desafío).
Aquel grito tan bravío
contagió montaña y tropa.
¡Qué brindis sin una copa!
Primer bautismo de fuego.
Cansancio, llaga, sed luego,
y el peligro como ropa.
Por la ciénaga, sin queja,
por el pedregal, estoico;
tú, nuevo soldado heroico,
sastre de mambisa ceja.
Con honra y un arma vieja
—el mosquito alrededor,
hambre tragando hasta flor—,
arrastrando tus visiones,
con el alma y los cojones
a la vanguardia, invasor.
En Pino del Agua: tallo
de vergüenza parecías.
Los güines, las peonías
te ciñeron el caballo.
¡No te paraba ni el rayo!
¿Quién duda aún si la bala
dejó de ser plomo, y mala,
al tocarte nada más?
Con la yagruma quizás
te confundió, con un ala.
Por los llanos del Oriente
la hazaña fue tu pasión;
desde el pie hasta el corazón,
loca centella imponente.
¡Qué luz te parió la frente!
¿Cuál palabra —que no hay—
dijo tu lengua, qué ay
comprometido con gloria;
qué grito diste de euforia
cuando cayó Yaguajay?
No se sabe, obrero, obrero,
que rebelde te volviste,
y macho, rural y triste
debutaste en guerrillero.
No se sabe qué aguacero
te mojó la sombra en vilo
ni qué suerte sin pistilo
te dio un abrazo de tuna
ni el pésame que la luna
puso en tus ojos, Camilo.
Por el alba enamorado,
de prisa —que viento eras—
con un nudo de banderas
enredándote el costado,
jugando vida en un dado,
saliste, testa de rey,
carne de pueblo… La ley
del milagro se cumplía:
un hombre vuelto poesía
al volar en Camagüey.
Comandante: ¡cuánto fuego
te estaba ardiendo en el hombro!
Descalzo, barbudo, asombro,
en nuestra historia te pego.
Pero hay un retrato luego
donde —pájaro al azar—
salió la muerte a cazar
apuntándote su flecha.
Desde entonces… ¿quién no echa
alguna rosa en el mar?
Y dicen corales, peces,
delfines, algas marinas;
también lo dicen las minas
otra vez y muchas veces:
aquí en las aguas te meces,
estás libre y no cautivo,
no estás muerto y estás vivo:
sueñas con Cuba, tu amante…
¡Duermes tan bien, Comandante,
que el mar es ya verde olivo!
CAMILO ES EL MAR
Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí
Te perdiste una vez por la noche del mar,
Camilo comandante.
La espuma sintió envidia de tu risa
y secuestró sus azahares.
Las olas te envidiaron el brío redentor,
y el viento fue ladrón de tu coraje.
Te buscamos, ansiosos,
por el agua castrada de los mangles,
por los esteros desangrados,
por el fondo del mar, por todas partes.
No te hallamos, Camilo, en esa búsqueda,
pero no hemos dejado de buscarte.
Y te encontramos… Sí, todos los días te encontramos.
Esta flota pesquera,
este bosque de naves,
sale a buscar tus manos, para abrir
marinas cajas de caudales,
alacenas repletas de panes olvidados,
para vencer el hambre.
Yo te sueño, en tus aguas, submarino pastor
pastoreando los peces de tus ángeles,
acercando este pan a la atarraya,
a los anzuelos perspicaces,
y hasta sacando tu sombrero alón
lleno de peces sobre el oleaje.
Por el sur de langosta, camarones y lisas,
por el norte de chernas, pargos y calamares,
por donde quiera están tus manos
ofreciendo el tesoro de tus mares;
y se alegran tus ojos, submarino pastor,
cuando te asomas en la tarde,
y ves cómo han cambiado las casas de los pobres
pescadores de ayer, porque en su sitio nacen
pueblecitos alegres
con escuelas y parques.
Ayudas a buscar arterias de petróleo
al fondo de tus aguas insulares.
Saludas con sonrisa que ahora es clavel de espuma
a tantos marineros fraternales
que vienen de otras costas a besarte las barbas
en tu Sierra Maestra de corales.
Pero el pastor azul en que te has convertido
sigue siendo en el mar Camilo comandante.
Por eso no despegas tu mirada de acero
del horizonte amenazante.
Y si tus aguas fueran ultrajadas
por enemigos criminales,
yo te veré clavado sobre un potro de olas
al frente de un ciclón, porque tu sangre
tiene que haberle dado al mar de Cuba
tu fuerza, tu coraje,
para que nunca una corsaria quilla
mancille tus cristales,
sin que vuelvan a las más quietas playas
huracanados Yaguajayes.
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