MUSEO DE LA INDUSTRIA AZUCARERA

Antiguas locomotoras de vapor se exhiben y funcionan en el Museo de la Industria Azucarera, Caibarién. Villa Clara.
El Museo de la Industria Azucarera se encuentra ubicado en lo que antes era el central Marcelo Salado, municipio de Caibarién, en la provincia de Villa Clara. Su colección de máquinas de vapor de seguro resulta una de las más completas del mundo. La guía Mireya Pérez Llerena da la bienvenida a los visitantes y los prepara para lo que van a ver, explicándoles paso a paso el proceso de la caña hasta que se extrae su producto final, el azúcar. Lo que sigue es la transcripción casi exacta de sus palabras durante el recorrido:

—Este es el único de su tipo en el país. En 1999 se desactivó un número grande de centrales. Después, hacia 2002, se planteó que cinco de ellos pasaran a museos, pero solo el «Marcelo Salado» (antiguo Reforma) ha llegado hasta el fin. Desde hace ocho años trabajamos, a partir de un proyecto museológico, pues queremos preservar el patrimonio histórico de nuestra principal industria, y mostrar cómo surgió.

Por Yandrey Lay Fabregat
Foto: Cristyan

—Aquí se exponen los métodos de extracción del jugo de caña y las diferentes etapas por las que pasa la materia prima. En aquella maceta se puede ver una pequeña planta de caña. Al lado, en la carreta, conservamos una variedad que se utilizaba como combustible en la industria.

—Primeramente, el hombre extrajo el jugo de caña con los dientes; luego se inventaron el pilón, la «cunyaya», «el muerde y huye». Este último se nombra así porque presiona la caña y la suelta. Los mismos trabajadores nuestros construyeron las réplicas que se muestran aquí. Hacia allá se puede ver un torniquete y también el trapiche vertical. Es aquí donde comienza la producción de azúcar a gran escala.

En aquellos primeros tiempos la caña se procesaba de forma manual, a fuego lento. Entonces les muestra un tren de paila criolla o caldera, y explica que sirve para ejecutar varias etapas de la cadena productiva: clarificación del jugo, la evaporación para obtener las mieles, concentración y después la cristalización.

—Los conos servían para filtrar la melaza y hacer los cristales. El producto final, azúcar mascabada, no se parecía a la que hoy conocemos. Quedaba húmeda y se exportaba en cajas de madera. La melaza iba hacia los toneles y se empleaba para hacer aguardiente o como materia prima para elaborar alimento animal. Esa caldera se utilizaba para cocinar la comida de los esclavos. El funche consistía en harina de maíz con tasajo.

—Cuando paramos el central, en 1999, no se modificó nada. Lo que ustedes pueden ver aquí es la imagen que tenía el ingenio el último día que molió. Para obtener mejores rendimientos en la producción azucarera se hizo necesario estabilizar el pH del jugo de caña. Además, había que clarificar bien el guarapo. En ese empeño surgieron un grupo de máquinas nuevas, como la casa de caldera Howard.

—La centrífuga dio paso al central azucarero. La que vemos ahí fue donde trabajaba el líder obrero Jesús Menéndez. Estaba en el antiguo central Constancia, hoy llamado Abel Santamaría. Patrimonio la conservó hasta que nosotros montamos el museo. Si miran hacia arriba verán los molinos de la industria.

—Varias agencias de viajes, Gaviota, Cubanacán, llevan a los turistas hasta allí. También admitimos visitantes cubanos, previa coordinación por los centros de trabajo. Los extranjeros piensan que el museo es muy interesante. Aprenden y reciben una clase de historia. Les cuesta mucho trabajo imaginar cómo trabaja un central: el humo, el calor, el ruido. A muchos no les gusta el guarapo porque es muy dulce.

—Hay una sala, dedicada a la historia del ferrocarril, que la hemos denominado el Museo del Vapor. Como su nombre indica, ahí conservamos locomotoras de vapor. La más vieja se construyó en 1887. La trajimos de Hermanos Ameijeiras, un central que estaba en Placetas. Se parece mucho a las que salían en las películas del Oeste.

«La locomotora 1910 es la más grande de vapor en América Latina. La trajimos de ‘‘Ifraín Alfonso’’. Cada una tiene un rótulo que identifica su central de procedencia. A veces vienen a verla sus antiguos operarios y lloran cuando ven cómo las hemos mantenido», afirmó Pablo Castellano Casas, director del museo.

Pero, en opinión de todos, la 1342 se ha convertido en la locomotora insignia de la institución. Es la única de su tipo en Cuba. Adorna la valla de la carretera y el mapa de la entrada. Uno de los integrantes del equipo de Vanguardia preguntó si el número tenía que ver con la fecha de construcción. Mireya explicó el peculiar sistema que se seguía para nombrar una de esas locomotoras:

«La más nueva que tenemos data de 1935. En esa cifra el 1 representa que es una máquina de vapor. Después viene la cantidad de caballos de vapor medidos por centenares y los últimos dos dígitos son el número de serie en sí. La 1342, por ejemplo, tiene 300 caballos de vapor».

Mireya estudió Electroenergética en la Universidad. Trabajó durante bastante tiempo en el «Marcelo Salado». Después pasó un curso de museología y es uno de los autores del guión museológico de la institución en que nos encontramos.

Por ella supimos, además, que en el mu­seo brinda un recorrido en tren hasta Remedios. Tres locomotoras, de principios del siglo pasado, fueron adaptadas a fueloil y propician esta oportunidad. Los turistas se sienten encantados con este recorrido:

«En 2009 vinieron 9 mil 200 visitantes nacionales y 12 mil 500 extranjeros. Con el tiempo la cifra se ha ido incrementando. El primer año vinieron 800, después mil 200, 3 mil… hasta alcanzar las cifras que ahora tenemos. No sabemos cuál es el límite. Incluso, nos estamos preparando para que el museo se pueda visitar de noche», declaró el director del museo.

«Todo lo que ustedes ven no hubiera sido posible sin la ayuda de los obreros —agregó Luis Seguey—. Todo lo que se mueve aquí es maquinaria, hierro pesado. Mira, el fin de año estuvimos trabajando por la noche para ponerlo todo a punto.»

Al salir del museo tuvimos la oportunidad de tomar guarapo en el merendero de la instalación. Cristyan, al que no le gusta mucho, apenas probó un poco. A mí me encanta y por eso me tomé cinco vasos. Al terminar, todo el mundo me miraba asombrado.

«De seguro tengo el récord de más vasos consecutivos de guarapo», comenté con mucho aplomo. Los presentes se rieron bajito. Dalia González Broche, la compañera que atiende esa área, me miró fijo y me dijo: «Eres el segundo. Reinaldo Taladrid estuvo aquí la semana pasada y se tomó seis.»

Fuente: Periódico Vanguardia

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