Cuando Eslinda Núñez Pérez llegó a La Habana y se enroló en Teatro Estudio, hubo quienes le pronosticaron una carrera de comediante.
Pero un buen día del año 1963, se le presentó la oportunidad de trabajar en el filme El otro Cristóbal, del director francés Armand Gatti. Así comenzó una extensa carrera cinematográfica que convirtió a esta santaclareña —junto a la cienfueguera Daisy Granados— en uno de los rostros femeninos emblemáticos del cine cubano en el período revolucionario.
Para una mujer que intervino en los clásicos de nuestra pantalla grande, Memorias del subdesarrollo y Lucía, el Premio Nacional de Cine 2011, que le fuera entregado en el cine Chaplin, es un reconocimiento que se veía venir. Particularmente, no me sorprendió.
—Para una actriz tan laureada a lo largo de su carrera, ¿qué de especial puede significar este premio?
—Realmente este premio hace a una pensar en qué ha hecho durante toda la vida. Es un momento de reflexión, meditación y felicidad.
«He visto cómo un trabajo de casi 50 años ha sido recompensado. Estuve entre las finalistas en muchas ocasiones, y al fin me tocó. Lo que más me ha halagado es la repercusión en la gente, una repercusión tan linda, ante la cual una se da cuenta de que tuvo un valor todo el sacrificio y la lucha por realizar mejor mi trabajo.»
Por Osvaldo Rojas Garay, periódico Vanguardia
—¿Cómo se enteró del galardón?
—Me llamaron a la dirección del ICAIC. Fue un momento muy emotivo, y entonces empecé a disfrutar, a pesar de la gripe que sufría por esos días.
—¿Quiénes le vinieron a la mente en ese momento de alegría?
—Tengo que agradecer a muchos, pero siempre pienso en Humberto Solás, una persona que me apoyó en toda mi carrera. Me estimulaba a presentarme en los castings, incluso, prácticamente me obligó a que fuera al del filme El jinete sin cabeza.
«También le estoy agradecida a Saúl Yelín, un hombre muy culto que cuando yo estaba recién llegada de Santa Clara me ayudó en los momentos difíciles.»
—Hablando de Humberto Solás, y a casi 43 años del estreno, ¿qué le ha aportado Lucía a la cinematografía cubana?
—Le dio una luz larga. Lucía fue algo realmente descollante, muy especial, porque explica, a través de tres mujeres, una serie de verdades propias del mundo femenino. Es una película que mantiene su juventud.
—Después de este filme, le ofrecieron varios proyectos con personajes de niñas románticas, tiernas. ¿Cómo logró escapar de esa etiqueta?
—Sí, después de Lucía me ofrecieron personajes similares, pero me interesaba también dejar claro que yo podía asumir otros roles como los que interpretaba en el teatro. Ahora pienso que, quizás, de haber aceptado algunos de aquellos trabajos, los hubiera podido hacer diferentes.
—¿Cuánto puede haber cambiado su vida ser famosa, como ahora, por ejemplo, al otorgarle el Premio de Cine 2011.
—La fama es un suceso circunstancial, hoy está y puede que mañana no. En mi caso, sí ha cambiado mi vida en el sentido de que me exige mayor responsabilidad cuando me enfrento al público; ese público que te elogia por tu trabajo, pero a veces también te dice cosas que te llevan a reflexionar.
«Te voy a contar una anécdota, y no sé si viene al caso. En una ocasión, iba por una calle y sentí que alguien me seguía, cambié de acera y esa persona apresuró los pasos, se acercó y me dijo: “¿Puedo hablar con usted? Admiro su trabajo, pero no le perdono el papel que está haciendo en tal dramatizado.” (Eslinda, por razones éticas, no mencionó el programa.)
«“A decir verdad —le contesté—, a mí me gustó el personaje cuando me entregaron el guión, y creí en él.”
«“De todas formas —me dijo— yo veo el programa para verla a usted, porque es una de las pocas interpretaciones creíbles, pero alguien como usted debía poner más cuidado al escoger a los personajes”.»
—En una entrevista para la revista Cine Cubano, usted afirmó: «No quiero que me recuerden por saber manejar una sombrilla o caminar con delicadeza»; entonces, ¿cómo quiere que la recuerden en la historia del cine cubano?
—En realidad, en cada actuación trato de transmitir una verdad; quiero que me recuerden como una actriz con una verdad y con una pasión por lo que hace, simplemente así.
—Muchos consideran que la década de los 60, en la cual aparecieron filmes como Memorias del subdesarrollo, Lucía y La primera carga al machete, en los cuales usted tuvo la satisfacción de actuar, es la década de oro del cine cubano. ¿Coincide con esa opinión?
—Yo creo que resultó una década provechosa, muy importante en la música, la plástica y la cinematografía. Fue el encuentro con el público, y este se vio reflejado en la pantalla grande. Y no solo por las películas, sino también por los documentales, sobre todo, los de Santiago Álvarez. Además, fue la época de preparación de toda mi generación.
—¿Cómo ve nuestro cine actual?
—El hecho de que exista diversificación en los medios masivos de cine, e implementos técnicos más cercanos a las personas, ofrece más posibilidades para que los artistas puedan asumir pequeñas obras (cuentos, videoclips). Todo eso resulta muy bueno, para luego, en un futuro, involucrarse en los largometrajes.
—¿Proyectos?
—No me gusta adelantar los proyectos, porque algunos se realizan y otros no; pero, mira, estoy trabajando en una novela de Rolando Chiong que se llama Santa María del Porvenir. Yo estaba loca por participar en una comedia, y ahí interpreto a un personaje que me resulta interesante, me parece que puede ser simpático.
—Hasta ahora, no hemos hablado nada de su familia…
—Bueno, mi esposo, Manuel Herrera, villaclareño como yo, es director de cine (Un sábado sin sol, Capablanca, Bailando chachachá), y en este momento está al frente de la Cinemateca de Cuba. Mi hijo, Inti, aunque al principio dijo que no iba a dedicarse al séptimo arte, poco a poco tomó la determinación de ir a la escuela de cine, se presentó y aprobó. Imagínese, desde niño había visto a los grandes realizadores del país discutiendo sus guiones en mi casa.
«Tengo también una nieta adorable, y la familia se completa con la esposa de mi hijo, que es oncóloga.»
—¿Cuáles recuerdos guarda de sus años juveniles en Santa Clara?
—Todos mis recuerdos juveniles pertenecen a Santa Clara, ahí me formé y luego vine para La Habana en contra de mi voluntad. Allí tengo familiares y muy buenos amigos. Me gusta mucho esa ciudad, donde hay gente muy interesada por la cultura, de eso me siento orgullosa. Nunca he roto ese vínculo, y no dudes que un día regrese a Santa Clara.
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