Fidel habla del Moncada

Fidel Castro.

Fidel Castro, detenido tras el asalto al cuartel Moncada.

¿Cuándo decidimos atacar el Moncada? Cuando nos convencimos de que nadie haría nada, de que no habría lucha contra Batista, y de que un montón de grupos existentes –en los que había mucha gente que militaba en varios a la vez- no estaban preparados ni organizados para llevar a cabo la lucha armada que esperábamos.

Yo había hecho un trabajo de proselitismo y de prédica, porque tenía ya una concepción revolucionaria y el hábito de estudiar a cada uno de los combatientes que voluntariamente se ofrecían, calar bien sus motivaciones e inculcarles normas de organización y de conducta, explicarles lo que podía y debía explicarles. Sin aquella concepción no se podía concebir el plan del Moncada. ¿Sobre la base de qué? ¿Con qué fuerza vas a contar? ¿Con qué combatientes? Si no cuentas con la clase obrera, los campesinos, el pueblo humilde, en un país terriblemente explotado y sufrido, todo carecería de sentido…

Fragmentos del capítulo 5. El asalto al cuartel Moncada. Del libro Cien Horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet. Segunda Edición.

Nosotros entrenamos a 1.200 jóvenes. El dato exacto de 1.200 demuestra que al llegar a esa cifra no seguimos reclutando y entrenando futuros combatientes. Habíamos creado un pequeño ejército. Yo hablé con cada uno de ellos, trabajé en eso con bastante asiduidad y muchas horas diarias. Mi argumentación era esencialmente política, había que organizarse y estar preparados, la intención era evidente, auque nunca se mencionaron los planes concretos…

Nosotros reclutamos y entrenamos, ya le digo, en menos de un año, aquel elevado número de jóvenes. Eran casi todos de la Juventud Ortodoxa y logramos gran disciplina y unidad. Confiaban en nuestro esfuerzo, creían en nuestros argumentos, alimentaban nuestras esperanzas.

Recuerdo que los días subsiguientes al golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, entre los primeros que nos unimos estaban Jesús Montané y Abel Santamaría. Yo organicé un circulito de estudio de marxismo en Guanabo, donde me prestaron una casa, y el material que usé fue la biografía de Marx escrita por Mehring. Me gustaba aquel libro, que contiene una bella historia. Abel y Montané participaban en el curso…

Yo fui el primer revolucionario profesional del Movimiento, porque en aquella situación los militantes eran los que me sostenían. Ellos trabajaban; yo era el revolucionario profesional, porque, como abogado, defendía gente muy humilde, no cobraba y no tenía otro empleo: además, estaba dedicado a tiempo completo a la tarea revolucionaria.

Ya los principales dirigentes pensábamos así (se refiere al marxismo): Abel, Montané y yo. Raúl no era todavía dirigente, porque era muy joven y estaba estudiando, había llegado hacía poco a la Universidad. Había un tercer dirigente, Martínez Arará (Raúl), que era muy capaz y activo como organizador, pero lo que le gustaba era la acción y no se preocupaba mucho por la teoría. Recibió la misión de tomar el cuartel de Bayamo, como jefe del destacamento designado para atacar el escuadrón ubicado en esa ciudad.

Bueno, Raúl ya era bien de izquierda y, realmente, quien lo introdujo en las ideas marxistas-leninistas fui yo. Él vino conmigo para La Habana, vivía conmigo en un penthouse chiquitico, frente a un cuartel, precisamente donde hoy está el famoso hotel Cohiba.

El Moncada pudo haber sido tomado, y si hubiéramos tomado el Moncada derrocamos a Batista, sin discusión alguna. Nos habríamos apoderado de algunos miles de armas. Sorpresa total, sumada a la astucia y el engaño al enemigo. Todos fuimos vestidos de sargentos, simulando el antecedente del golpe de los sargentos, dirigido precisamente por Batista, en el año 1933…

Todos llegamos desde la capital (La Habana) el día anterior, unas horas antes del ataque organizado. De la granjita salimos para el Moncada.

…Cuando yo vine de La Habana el conductor era Mitchell. Teodulio Mitchell… llegamos a la granjita ya casi de noche…

Había carnaval, escogimos también el día por eso, ya que mucha gente venía a Santiago y estaría en el ambiente toda la actividad y la atmósfera de carnaval que era famoso, nos convenía mucho; pero inesperadamente nos perjudicó, porque dio lugar a determinadas medidas en el cuartel que fueron causa principal de ulteriores dificultades. De la granjita saldríamos para llegar al cuartel en los carros, todo estaba preparado; se escondieron bien los carros en la granja.

La misión de mi grupo era tomar la jefatura del cuartel y aquello hubiera sido fácil. Dondequiera que enviamos a la gente se tomó todo por sorpresa total. El día que habíamos escogido, el 26 de julio, era de gran importancia, porque las fiestas de Santiago son el 25 de julio, día de carnaval.

Yo disponía de 120 hombres, los divido en tres grupos, uno que iba delante para tomar la parte del hospital civil que colindaba con el fondo de las barracas del cuartel. Era el objetivo más seguro y adonde envié al segundo jefe de la organización, Abel, un muchacho excelente, muy inteligente, ágil, audaz. Con él estaban dos muchachas, Haydée y Melba, y también el médico Mario Muñoz, cuya misión era atender a nuestros heridos, que serían remitidos a ese punto. Al fondo había un muro que era excelente para dominar la parte trasera de los dormitorios del cuartel.

El segundo grupo iba a tomar el edificio de la Audiencia, el Palacio de Justicia, de varios pisos, con un muchacho que iba de jefe. Con ellos estaba también Raúl, mi hermano. Lo habíamos reclutado e iba como combatiente de fila.

Yo, con el tercer grupo, 90 hombres, tenía la misión de tomar la posta y el Estado Mayor con ocho o nueve hombres, y el resto ocuparía las barracas. Cuando yo me detuviera, se detendrían los demás carros frente a las barracas, los soldados iban a estar durmiendo y serían empujados hacia el patio trasero desde éstas. El patio quedaba dominado por el edificio donde estaba Abel y por los que tomaron la Audiencia. Los soldados iban a estar en calzoncillos por lo menos, porque no habrían tenido tiempo ni para vestirse, ni tomar las armas. Eso no tenía solución, y todos nosotros disfrazados de sargentos, que era nuestra insignia.

Abel allá, al fondo, aparentemente con menos peligro. Los que iban a la Audiencia tampoco debían tener problemas. Yo, consciente, como es lógico, de que Abel debía sustituirme en caso de muerte, lo envío para aquella posición. A Raúl, recién reclutado, lo envío con el grupo que debe cumplir una misión relativamente más peligrosa, importante, pero tampoco a mi juicio demasiado complicada. Sentía sobre mi conciencia todo el peso de la responsabilidad ante mis padres por haberlo incluido a su edad en aquella audaz y temeraria acción; yo, como era mi deber y una necesidad real, me autodesigno la misión que me parecía más complicada, marchando tras el grupo compuesto por Jesús Montané, miembro de la dirección del Movimiento, Ramirito Valdés, Guitart, y varios del grupo de Artemisa que tomarían la entrada y quitarían las cadenas que bloqueaban el ingreso de vehículos. Llevaba conmigo para esa misión excelentes combatientes.

A las 5:15 exactamente atacamos, porque a esa hora los soldados tenían que estar durmiendo y debía ser antes de que se levantaran. Se necesitaba cierta cantidad de luz y, a la vez, hacerlo cuando todos los soldados estuvieran todavía dormidos.

Aproximadamente cien metros delante, el primer carro avanza por la avenida Garzón, dobla a la derecha por una calle lateral en dirección a la entrada del cuartel, doblo yo, doblan otros carros.

Van delante, en ese primer carro, la gente de Ramirito Valdés, Jesús Montané, Renato Guitart y otros. Montané se había ofrecido como voluntario para la misión de tomar la entrada. Voy en ese momento a 80 metros, la distancia conveniente para recorrerla a determinada velocidad en lo que ellos dominaban a los centinelas de la entrada del cuartel y quitaban las cadenas que impedían el paso a los carros hacia el interior de la instalación.

El primer carro se detiene al llegar al objetivo, se bajan los hombres rápidamente para neutralizar a los centinelas y quitarles las armas. En ese momento es cuando veo, en la acera de la izquierda, más o menos a 20 metros delante de mi carro, una patrulla de dos soldados con ametralladoras Thompson. Ellos se dan cuenta de que algo ocurre en la posta de entrada, a una distancia de 60 metros aproximadamente de ellos, y están como en posición de disparar sobre el grupo de Ramirito, Montané y los demás que habían desarmado ya a la posta. O así me pareció.

…lo cierto es que trato de sorprenderlos y capturarlos por detrás. Estaría ya como a dos metros, se percatan por algún ruido, se viran, ven mi carro, y tal vez instintivamente apuntan sus armas hacia nosotros. Lanzo el carro, todavía en movimiento, contra ellos. Yo, que estaba ya con la puerta semiabierta, me bajo.

La gente que está conmigo se baja rápido. El personal de los carros que vienen detrás hace lo mismo. Ellos creen que están dentro del cuartel. Su misión es tomar los dormitorios y empujar a los soldados hacia el patio del fondo; descalzos, en ropa interior, sin armas y semidesnudos, los haríamos prisioneros.

…En el intento de neutralizar y desarmar la patrulla, lanzando finalmente el carro sobre ellos, todos nos bajamos con nuestras armas. Uno de los hombres que va conmigo, al bajarse del primer asiento por la derecha, hace un disparo, el primero que se escucha en aquel singular combate; muchos otros disparan. El tiroteo se generaliza. Las sirenas de alarma comienzan a rugir mezcladas con los disparos y a emitir infernal e incesante ruido. Todos los que van en los carros detrás de mí se bajan como estaba previsto y penetran en una edificación alargada, relativamente grande, con la misma arquitectura que las demás instalaciones militares del cuartel. Era nada menos que el Hospital Militar, y penetraron en él confundiéndolo con el objetivo que debían ocupar.

El problema es que el combate que tiene que librarse dentro del cuartel, se entabla fuera del cuartel. Y en la confusión, unos toman el edificio que no era… Entro de inmediato en el hospital militar para sacar al personal que equivocadamente ha penetrado en él. Habían llegado únicamente a la planta baja del edificio. Logro hacerlo con urgencia y rapidez…

El grupo de Ramiro y Montané ha ocupado la posta y penetran de inmediato en la primera barraca dentro del cuartel. Van hacia el depósito de armas. Cuando llegan, se encuentran con la banda de música del Ejército, durmiendo todavía allí. Parece que las armas las habían retirado hacia el cuartel maestre. La situación era similar en las demás barracas, que no habían podido reaccionar ante el sorpresivo ataque.

Los de Abel, por su parte, habían tomado el edificio que debían ocupar. El grupo en el que va Raúl ya dominaba el Palacio de Justicia.

El combate se libra fuera del cuartel, la enorme y decisiva ventaja de la sorpresa se había perdido.

Entro, como le dije, en el edificio del hospital, logro sacar y montar otra vez un número reducido de compañeros en varios carros, con el propósito de llegar al Estado Mayor, cuando de repente uno de los autos que viene detrás nos pasa como un bólido por el lado, se acerca a la entrada del cuartel, retrocede con igual celeridad, y choca con mi propio carro… Entonces me bajo de nuevo.

En aquellas adversas e inesperadas circunstancias, el resto de nuestra gente mostraba notable tenacidad y valentía. Se produjeron heroicas iniciativas individuales, pero ya no había forma de superar la situación creada. El combate andando, y una inevitable desorganización en nuestras filas.

Hemos perdido el contacto con el grupo del carro que tomó la posta. Los de Abel y Raúl, con los cuales no tenemos comunicación…Yo comprendía perfectamente casi desde los primeros momentos que no había ya posibilidad alguna de alcanzar el objetivo inicial…

Llega un momento en que comienzo a dar órdenes de retirada. ¿Qué hago? Estaba en medio de la calle, no lejos de la posta de entrada; tengo mi escopeta calibre 12, y en el techo de uno de los edificios principales del cuartel está emplazada una ametralladora pesada calibre 50 que podía barrer la calle, porque apuntaba directamente a ese punto. Un hombre trataba de manipularla, estaba al parecer solo… Tuve que encargarme de él, mientras los hombres tomaban los carros y se retiraban. Cada vez que intentaba posesionarse del arma, le disparaba…

Ya no se ve a nadie, ni un solo combatiente a pie. Me monto en el último carro, y después de estar dentro, a la derecha del asiento trasero, aparece un hombre de los nuestros, que ha llegado hasta el carro repleto y que se va a quedar a pie. Me bajo y le doy mi puesto. Le ordeno al carro que se retire.

Y me quedé allí, en medio de la calle, solo, solo, solo. Ocurren cosas inverosímiles en tales circunstancias… A mí me rescata en ese momento un auto de los nuestros. No sé cómo ni por qué, un carro viene en dirección a mí, llega hasta donde estoy, y me recoge. Era un muchacho de Artemisa que, manejando un carro con varios compañeros dentro, entra donde estoy y me rescata.

Santana se llamaba. Parece que él se percata de que yo me he quedado atrás y se acerca a buscarme. Era uno de los que ya había salido y parece que en un momento determinado se percató y viró para buscarme.

Yo estaba solo allí, lo que tenía era mi escopeta calibre 12, no sé que habría hecho, o cuál sería el fin… tal vez yo habría tratado de retirarme por alguna callejuela.

En esas circunstancias la gente actúa casi por iniciativa propia. Este Santana, que después me viene a buscar, lo ha hecho son seguridad por iniciativa propia. No había nadie que pudiera darle esa orden. Entra, viene y me recoge. Él me monta. El carro está lleno, le digo: “Vamos para El Caney.” Hay varios carros esperando en la avenida, a los que trasmitimos la instrucción. Pero uno o dos que van delante no saben dónde está El Caney, y en vez de seguir recto por la avenida Garzón a través de Vista Alegre, giran hacia la derecha en dirección a Siboney. Eran tres o cuatro carros, el que me recogió era el segundo o tercero de la pequeña caravana.

Yo conocía bien El Caney… Había allí un cuartel relativamente pequeño. Mi idea era llegar por sorpresa y tomarlo. Pensaba hacerlo para apoyar a los de Bayamo. No sabía lo que estaba pasando en Bayamo. Doy por supuesto que ellos han tomado aquel cuartel. Y era para mí en ese instante la preocupación principal.

Del grupo que iba conmigo, al retirarnos no se ve a nadie más por ninguna parte… No se sabía ni había contacto con ellos.

…Volvimos a la granjita Siboney para reorganizarnos después del ataque. Varios carros habían regresado y allí me encuentro de todo: los que quieren seguir y otros que se están quitando la ropa. Los que iban guardando las armas, gente herida, gente que no podía caminar, un cuadro triste.

Yo llego allí y lo que hago es convencer a un grupo, y me voy con 19 hombres hacia las montañas. Ya no pude darle apoyo a la gente de Bayamo. No me iba a entregar, ni a rendir, o algo parecido, no tenía sentido, no ya porque te fueran a matar sino porque la idea de rendirse no cabía dentro de nuestra concepción.

Fuente: Ahora.cu

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