Sagua la Grande presentó la mayor amalgama de nacionalidades extranjeras en los dominios de un territorio cubano, según los datos aportados por Alcover y Beltrán en 1905, cuando publicó su Memoria histórica de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción.
En 1862, después de 17 años de establecida la independencia de su caserío —antes, bajo el dominio de la administración política y militar de Santa Clara—, contaba con más de 51 mil 986 habitantes, diseminados en los cercanos asentamientos de Álvarez, Amaro, Calabazar, Ceja de Pablo, Quemado de Güines, Rancho Veloz y Santo Domingo.
Doce nacionalidades, sin incluir a los cubanos nacidos en Cuba, había por esa fecha. Sumaban 27 mil 307 extranjeros, entre españoles peninsulares, canarios, norteamericanos, franceses, yucatecos, portorriqueños, alemanes, sudamericanos, ingleses, portugueses, asiáticos y, por supuesto, africanos, quienes constituían el principal soporte económico de una región dedicada en lo fundamental a actividades industriales, de servicios y comercio.
Así lo atestigua Alcover y Beltrán. También las prolijas reseñas de Manuel Dionisio González y José Andrés Martínez-Fortún y Foyo revelan un territorio que, en poco tiempo, logró un ordenamiento económico-social sin precursores en las recientes regiones surgidas bajo el tutelaje de la Corona de España.
Por Luis Machado Ordetx
No por gusto, hasta la cuarta década del siglo xix, Santa Clara la consideró «surgidero y llave de su villa». De ahí su insistencia para impedir la segregación territorial. Por el puerto de Isabela de Sagua, una excelencia en la costa norte, salían o entraban mercancías producidas o requeridas por la población radicada en la región central.
Contaba entonces con 125 ingenios dedicados a la elaboración de azucares blancos, quebrado, mascabado, cucurucho y raspadura. Disponía de destilerías de aguardiente, curtidores de cueros, extractores de cal, y fabricantes de ladrillos o de tejas de barro rojo.
En 1835, se introdujo la plantación azucarera en esa región. Por ese tiempo, la trata negrera, ilegalizada por convenios con Inglaterra, tomaba auge, en tanto los norteamericanos Roberto Stell, Santiago Macomb y Jorge Bartlett, y el cubano Francisco Peraza, soñaban con montar a Sagua la Grande sobre las ruedas metálicas de los Caminos de Hierro. Un lustro después se trazaron las vías de enlace ferroviario. En febrero de 1858 circuló el primer tren de Sagua a Isabela. En ese puerto fondeaban más de 170 buques en trasiegos mercantiles que rebasaban por año las 8 mil toneladas.
El colega Manuel de Feria, quien gusta de los datos y las comparaciones, quedará atónito con las producciones que obtenían los sagüeros hacia la sexta década de la antepasada centuria: 119 mil 326 arrobas de arroz, frijoles (17 mil 708), papa (4 mil), raíces alimenticias (314 mil 488), y también mostraba registros altos de café, maíz, sagú, tabaco, garbanzo, queso y miel de abeja. La jurisdicción albergaba a 79 mil cabezas de ganado vacuno, caballar, mular, porcino, lanar y caprino. Las cosechas y las crías animales, al margen del trabajo esclavo, dependían exclusivamente de 11 mil 828 labradores.
El desarrollo industrial brotó después. Ya se conocían pequeños negocios de litografía, impresión de libros, herrerías, platerías, hojalaterías, astilleros, y de preparación de tisanas y licores medicinales. El puerto, abierto al tráfico internacional en 1844, y las conexiones ferroviarias por todo el país aceleraron las transformaciones económicas y sociales que, durante la primera mitad del pasado siglo, convirtieron a la Villa del Undoso en un puntal emprendedor y distintivo de sus potencialidades productivas.
En uno de mis últimos periplos por ese territorio, investigadores del Centro de Patrimonio Cultural me obsequiaron una impresión digital del libro Sagua la Grande, una ciudad ideal. El texto es de 1960, y corrobora datos y hechos con prolijas estadísticas. Antes, Alcover y Beltrán vislumbró el porqué de esa ostentación luminosa en las generaciones que nos precedieron. Ahora, otra vez comprendo una exclusividad en la manera de hacer, pensar y crear una histórica idiosincrasia con repercusiones económicas y sociales. He aquí una región sin muchas analogías entre los cubanos.