Dos balas, una para Gómez y otra para Maceo, y acabamos la guerra en Cuba», afirmaba el político español Antonio Cánovas del Castillo. Lamentablemente, una de esas balas dio en el blanco, y el 7 de diciembre de 1896 rendía su vida el lugarteniente general del Ejército Libertador Antonio de la Caridad Maceo Grajales. Caía por la independencia de Cuba el Héroe de la Protesta de Baraguá y el guerrero epónimo de más de novecientas acciones combativas.
A su lado, firme en el puesto del honor, también moría Francisco Gómez Toro, Panchito, el hijo del Viejo Gómez y ahijado suyo. El joven capitán mambí prefirió dar su vida antes que abandonar el cuerpo ya exánime del General Antonio.
Por Narciso Fernánez Ramírez, periódico Vanguardia
San Pedro de Hernández, cerca de Punta Brava
El 4 de diciembre de 1896, Maceo con un reducido grupo de oficiales cruza la trocha de Mariel a Majana. Padece de fiebres y se encuentra casi baldado de las piernas por la extensa caminata. En la noche del 5, la fiebre le sube y delira. Habla de sus padres, de sus hermanos caídos en la guerra y, por último, cree haber perdido a la esposa. Todos sus familiares intervienen en su sueño, le hablan, y le dicen que ya bastan para él la lucha y la gloria. Tiene la premonición de la cercana muerte.
Al siguiente día mejora, y el 7 de diciembre a las dos de la madrugada, partió hacia San Pedro de Hernández, donde estableció campamento. En su mente estaba atacar, esa propia noche, si fuera posible, al poblado de Marianao. Al estudiar el croquis del lugar, exclamó con entusiasmo: «Nos metemos en Marianao, habrá bulla y los españoles de la capital quedarán notificados».
Cerca de las dos de la tarde, el campamento fue sorprendido por los españoles. De repente, se escucharon tiros: «Fuego en San Pedro», exclama el teniente coronel Juan Delgado. Maceo se alarmó ante la proximidad del enemigo y la intensidad de los disparos. Calzado ya, machete y revólver en el cinturón y su caballo ensillado por él mismo, ordenó imperioso: «¡Por aquí!»
El combate cobró intensidad. El general Antonio ordenó picar una cerca de alambre de púas que obstaculizaba el ataque mambí: «Esto va bien», le dice a Miró Argenter, su jefe de Estado Mayor. Fueron sus últimas palabras, pues, segundos después, una bala enemiga le hiere en el rostro, en el maxilar inferior, y cayó a tierra.
La desesperación resultó enorme. Varios intentos por sacar el cuerpo de Maceo, gravemente herido, resultaron infructuosos; en uno de los últimos, cuando lo subieron a un caballo, recibió otro balazo, que le entró por la tetilla izquierda y lo privó de la vida.
Después sobrevendría el esfuerzo heroico del hijo del Generalísimo Máximo Gómez por no dejar solo el cuerpo del Titán de Bronce. La acción sublime del Panchito valiente, quien, al saber herido a su jefe, abandona el campamento con su brazo en cabestrillo, y decidido, corre a salvarle la vida a Maceo o dar la suya propia en el intento: «¡Yo no abandono al General!»
Ambos cuerpos quedaron abandonados varias horas en el campo de combate. Juan Santana Torres, práctico del coronel español Cirujeda, le propinó a Panchito un machetazo, rematándolo. Algunos guerrilleros despojaron a los cadáveres de sus ropas exteriores y de varias prendas, como el revólver, las botas y los gemelos del general.
Encontrados más tarde por las angustiadas fuerzas cubanas, y a indicación del teniente coronel Juan Delgado, los cuerpos de Maceo y Panchito fueron trasladados al Cacahual y enterrados en una sencilla ceremonia fúnebre presenciada por muy pocos. El secreto del lugar de la tumba no sería revelado hasta alcanzada la independencia de Cuba, y solo al general Gómez.
Manifestaciones de dolor
De la muerte en combate de Antonio Maceo y de su hijo Panchito, escribiría Máximo Gómez a María Cabrales, la viuda del Titán de Bronce: «Apenas si encuentro palabras con que expresar a usted la amarga pena […] El general Antonio Maceo ha muerto gloriosamente sobre los campos de batalla […] Con la desaparición de ese hombre extraordinario, pierde usted el dulce compañero de su vida, pierdo yo al más ilustre y al más bravo de mis amigos, y pierde, en fin el Ejército Libertador a la figura más excelsa de la revolución […]
«A esta pena se me une, en el fondo del alma, la pena cruelísima de mi Pancho, caído junto al cadáver del heroico guerrero y sepultado con él, en una misma fosa […]»
Mientras, el general José María Rodríguez, Mayía, que conoció bien de cerca su grandeza militar y ciudadana, al enterarse de la infausta pérdida, exclamó: «El destino insensato ha derribado al Coloso sobre la tierra que a su paso estremecía con el fragor de sus triunfos. ¡Ya no hay Antonio Maceo! Cuba ha perdido su más valeroso paladín: la tierra su más poderoso guerrero, la victoria, su dios».
Más cercano en el tiempo, el Che Guevara, en su discurso homenaje al Titán, por el aniversario 66 de su caída en combate, el 7 de diciembre de 1962, cercanos aún los días luminosos de la Crisis de Octubre, significó: «Nuestro pueblo todo fue un Maceo, nuestro pueblo todo estuvo disputándose la primera línea de combate en una batalla que no presentaría quizás líneas definidas, en una batalla donde todo sería frente y donde seríamos atacados desde el aire, desde el mar, desde la tierra, cumpliendo nuestra función de vanguardia del mundo socialista en este momento, en este lugar preciso de la lucha.»
Y Fidel, en su antológico discurso por el centenario de la Protesta de Baraguá, al valorar la integridad militar y ética del hijo de Marcos y de Mariana, la madre de Cuba, dijo: «[…] Hay que decir que dejó realmente a nuestro pueblo una herencia gigantesca, infinita, con esa actitud […] con la Protesta de Baraguá llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre, el espíritu patriótico y revolucionario de nuestro pueblo.»
A 115 años de la caída en combate del General Antonio y su ayudante Panchito, no podemos olvidar aquella frase inmortal del pensamiento antiimperialista de Maceo de «[…] mejor subir o caer sin ayuda antes que contraer deudas con vecino tan poderoso». Y tampoco este otro pensamiento suyo, menos conocido, que nos recuerda cada día nuestro deber con Cuba: «No odio nada ni a nadie, pero amo al deber y a la justicia, y a mi Patria sobre todo. […] Para qué querer la vida sin el honor de saber morir por la Patria.»
Fuentes consultadas: Maceo: héroe y carácter, de Leopoldo Horrego; Maceo: estudio político y patriótico, de Leopoldo Horrego; Maceo, de L. Zarragoitía Ledesma, y Antonio Maceo, las ideas que sostienen el arma, de Eduardo Torres-Cuevas.