El Mejunje: Cultura más Diversidad

El Mejunje

Sin El Mejunje, sin esa mezcla, la ciudad queda coja, carente del sentido que define una forma abierta de pensar.

El Mejunje es como la catedral de la diferencia en Santa Clara. Un antro, como lo llaman sus asiduos visitantes en irónica sintonía con las características de la edificación y el desenfado de las personas que lo frecuentan.

Mejunjeando construyó Ramón Silverio una historia. Sin temor a las dudas, puedo afirmar que sin esa mezcla la ciudad queda coja, carente del sentido que internacionaliza la forma abierta de pensar, mirando siempre los sentimientos y el talento natural por encima de cualquier filiación.

Del Mejunje existen innumerables cosas por decir, ¿quién no queda atónito, sorprendido, la primera vez que lo frecuenta? Con este rincón se asocian sentimientos encontrados: por un lado están los cientos de visitantes que disfrutan con su multiplicidad cultural, y por otro, los que todavía lo ven con reservas, motivados tal vez por el desconocimiento, la tolerancia y la multiplicidad (tanto arte, tanta gente).

Quizás la labor Mejunjera se comprenda con mayor claridad al analizar que la sala Margarita Casallas realizó 282 funciones, cuando las programadas eran 144. También para el tradicional patio de la institución se previeron al comienzo del pasado año 300 actividades, no obstante, sobrepasó el millar.

Al concluir diciembre de 2011 más de 130 mil jóvenes y viejos, negros y blancos, obreros y universitarios, caminaron entre los árboles, las gradas, las exposiciones o representaciones culturales organizadas allí.

Casi todo el mundo tiene algo que pensar sobre ese lugar de techo tan alto; afortunadamente, las buenas experiencias acallan inconformidades y ya se dice que si estando en Santa Clara no se va al Mejunje, la visita no estuvo completa, no se conoció del todo la identidad de la urbe.

Por ejemplo, Gerardo Alfonso no recuerda con certeza su primera noche de Mejunje, pero no olvidó el magnetismo del lugar: «casi rústico, medio mustio, paredes y ladrillos, garabatos y escrituras que denuncian una libertad especial, no muy común en nuestro entorno».

El trovador cubano se sentó en aquella ocasión bajo el cielo y observó: «desde las gradas humildes, hasta la variedad de público asistente, los múltiples grupos sociales, antagónicos por naturaleza, y allí, raramente, en paz»; sin embargo lo que atrapó entonces su atención fue el «acto sublime de ver a los jóvenes bailando, gozando con el ritmo de Los Fakires, ¿cómo puede El Mejunje simplificar el valor que para la juventud tienen la música de moda y las discotecas?», se preguntó.

El autor de Sábanas Blancas no encontró la respuesta, «no lo sé», dijo entonces, ¿pero qué esconde el lugar? ¿Por qué tantas personas, más que jóvenes, se aferran a lo que ofrece.

Años atrás, los prejuicios condenaban la iniciativa y algunos ojos pronosticaron con absoluta certeza la ruina de algo que rompía con la homogeneidad; sin embargo el sitio triunfó. Ganó la batalla a los escépticos, quién pudiera imaginar, a decir del propio Silverio, que hoy los padres se sienten tranquilos al saber que sus hijos se divierten, haciendo algo no muy común, pero sí enteramente sano.

Por otra parte, muchos justifican el éxito con la falta de opciones de recreación para el público joven, tal vez para algunos sí; pero el público verdadero, el de la Trovuntivitis, de la Fiesta playa o el Festival de Teatro de Pequeño Formato, ese que baila con la música de Cuando éramos chamas, que camina trazando La ruta del Mejunje o se disfraza a lo Halloween, encontró en el antro un refugio contra la banalidad de los tiempos que corren.

De Mejunje se podría estar hablando, o escribiendo en este caso, por horas. Y es que precisamente el nombre anuncia la condición, pues con ese tin de cada cosa, el caldero toma forma y el ajiaco se sazona. Con ese pequeño aporte, Santa Clara cuenta con un espacio cubano, un pedacito de esta Isla, y por supuesto, de cada una de su gente.

Por Daniela Hernández Rojas y Leyanis Ojeda Villegas (estudiante de Periodismo)

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