Por Yandrey Lay Fabregat.— Ministro, le digo, por la calle se comenta que usted quiso donar un premio y que Fidel le dijo que no, que conservara el dinero para arreglar los estantes donde guarda sus libros. Abel Prieto se echa una carcajada larga y contesta que la historia tiene algo de real aunque confiesa que no puede imaginar cómo llegó a mis oídos.
El Ministro de Cultura es un hombre alto pero parece más pequeño porque, al sentarse, se acurruca sobre el asiento. Tiene pelos en las falanges de los dedos y a cada rato sus pies tamborilean bajo la mesa. Viajó hasta Santa Clara para presentar su novela Viajes de Miguel Luna, que la ensayista Graziella Pogolotti calificó de excepcional.
Al abordarlo, le pregunté con un poco de timidez si podía ofrecer algunas declaraciones a la prensa de Villa Clara. Abel Prieto, con una sonrisa, contestó: «Sí, como no. ¿Dónde están los periodistas?». Después, cuando se percató de que era uno solo, se puso de pie y aproveché para preguntarle cómo se las arreglaba, con tantas obligaciones, para redactar sus novelas. Sigue leyendo