Volviste, Maestro. Volviste sigiloso, estremecido por las cabalgaduras del almanaque, agitado ante el silencio y el aspaviento. Has vuelto para contarnos el milagro y la profecía, a tu forma, a tu manera, al mismo tiempo. Has vuelto entre las caricias pródigas de tus versos y el susurro de un siglo tan viejo y nuevo como las rebeldías y los abrazos.
Y llegas tomándonos la palabra, confirmándote como letra viva, a pesar de que tus confesiones y tus suspiros poéticos sigan vislumbrándose más allá del pasado. Es ahí donde irrumpe tu enigma, en esa ubicuidad de ser cantor y consejero a deshora, actor y cronista de hechos que consagran, músico especial de la música misma.
Sí, Maestro, una y otra vez hay sol bueno. Y un mar de espumas que se acrisola con el delirio de los que saben querer. Una mariposa dice cuánto ve y escucha desde su rosal infinito. Una niña entierra a su muñeca sin brazos en la arena, y otra pequeña, con aro, balde y paleta, se despeina con aires de bondad.
«¿Y los zapatos, Pilar, los zapaticos de rosa?», se pregunta alguien con la corazonada de una poesía fecunda y conocida, mientras una voz, salida de lo más remoto, devuelve los amores y las utopías: «aquí conmigo, aquí están.»
Aliado practicante de la confianza, amigo anticipado de los niños, hombre pensante y activo, otra vez aciertas en tu advertencia como predicador de nuestra cubanidad contemporánea. Cuánto nos alegra saber que Meñique, Piedad y Nené Traviesa estuvieron este 28 tomados de la mano, burlando la tediosa calma de los libros, contestando, bajo otros álamos y en otros montes, por qué tiene luz el sol.
Hay duendes, príncipes enanos que vienen caminando y a esta hora te traen de vuelta. Contigo van, llegan y se quedan. Contigo se inquietan y quieren salir a estrenar(se), como los mejores engendros de la maravilla.
Por Por Yoelvis Lázaro Moreno