Alicia Alonso es más que una prima ballerina assoluta: es una institución. Ella estuvo entre las primeras fuerzas dominantes del ballet americano y, como fundadora del Ballet Nacional de Cuba, su maestra principal y coreógrafa más frecuente, virtualmente inventó el ballet en Cuba. Sólo por ello el mundo de la danza ha contraído con ella una enorme deuda. Pero con todos los elogios que se le hacen, totalmente justificados, por su contribución al American Ballet Theatre, y particularmente al ballet cubano, quizás las cualidades de su propia danza podrían haber sido ligeramente marginadas. Alicia Alonso era una magnífica bailarina.
Vi bailar a la Alonso por primera vez en la Royal Opera House, Covent Garden, el 4 de julio de 1946. Acompañada por André Eglevski bailó la mazurka y el pas de deux de Las sílfides, e inmediatamente me sentí atraído por la magia bravía y fantástica, aunque contenida, que la envolvía. Se hallaba en la primera etapa, ya entonces notable, de una carrera danzaria que duraría tanto como la de su más cercana contemporánea, Maya Plisétskaya. En aquel momento, la Alonso, conjuntamente con la bailarina dramática estadounidense Nora Kaye, encabezaba el Ballet Theatre, hoy conocido como American Ballet Theatre, una compañía a la que, casi en los días de su fundación, ella se había incorporado con quien era entonces su esposo, Fernando Alonso —que en el papel de un Fauno en la Helena de Troya de David Lichine, regaló una de las interpretaciones más hilarantes que yo haya visto jamás en la danza—.
Por Clive Barnes, crítico inglés.
Artículo reproducido en el foro digital de Cubarte para rendir homenaje a Alicia Alonso.