TE RECUERDO VÍCTOR JARA

El cantautor chileno Víctor Jara fue asesinado hace 35 años.El cantautor chileno Víctor Jara fue asesinado el 16 de septiembre de 1973 en un estadio de Santiago, al que fue remitido junto a 5 mil personas más por las fuerzas represivas de la dictadura militar de Augusto Pinochet que venían de derrocar al gobierno de Salvador Allende apenas cinco días atrás.

Aparentemente, y según testigos, un oficial del Ejército al que llamaban «El Príncipe», luego de torturarlo le habría dado muerte. Hoy, difícilmente se sabe de la identidad precisa de la soldadesca que participó en aquella brutal carnicería humana, pero todos los chilenos saben, sí, que el nombre actual del estadio es el de quien fuera el símbolo musical de la resistencia en aquel sangriento golpe de Estado.

En cuanto a sus manos, que a partir de su muerte pasaron a ser leyenda, existen dos versiones. De un lado, la de quienes afirman que tras recibir fuertes golpizas y soportar diversos métodos de tortura, estas manos que alegremente rasgaban la guitarra para distraer el miedo mientras animaban el descontento, le fueron trituradas con las culatas de los fusiles hasta dejarlas deshechas, y del otro, la de quienes se aventuran a asegurar que ambas le fueron amputadas.

Lo cierto es que inmediatamente después, como lo estableció en 1990 la Comisión de Verdad y Reconciliación, su cuerpo fue arrojado a unos matorrales cerca del Cementerio Metropolitano para ser llevado más tarde a la morgue como NN, en donde sería reconocido por su esposa, la bailarina inglesa Joan Turner:

«Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de una herida en la cabeza y terribles moratones en la mejilla. Tenía el pecho acribillado y una herida abierta en el abdomen; las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas; pero era Víctor, mi marido, mi amor».

QUIÉN FUE VÍCTOR JARA

Indiscutible referente de la música contestataria latinoamericana y fiel testimonio artístico de expresiones populares de protesta, había nacido el 28 de septiembre de 1932. Músico, cantautor y director de teatro, era hijo de Manuel Jara, un «parcelero de alquiler», y de Amanda Martínez, lavandera, guitarrista y cantante a quien le heredó su pasión musical determinada por la tarea de interpretación y compilación folclórica que ella cumplía, y quien a causa de las ásperas relaciones de Víctor con su padre, se constituyó en la impulsora y mentora de su vocación.

En 1944 se trasladó desde su pueblo natal a Santiago. Allí, estudió contabilidad, ingresó al Seminario devastado por la muerte de su madre, y cumplió con el servicio militar obligatorio.

En el 53, hizo parte del coro de la Universidad de Chile para interesarse luego por la actuación y la dirección en la Escuela de Teatro de la misma Universidad. Gracias a la crítica especializada, a numerosos premios y a un público que lo enalteció, pronto se convertiría en una figura sobresaliente de la escena chilena, afianzándose durante la década del 60 como uno de los más importantes directores del teatro chileno de su tiempo.

Por la misma época, y consciente de que la música era la esencia de su existencia social, participa con el grupo Cuncumén, es director artístico del conjunto Quilapayún, colabora con Inti Illimani y hace parte de la célebre Peña de los Parra. Él y ellos, iluminados todos por el contenido cultural y político de su actividad artística.

Solista y compositor, sus canciones se expandieron rápidamente en el sur del Continente y gozó de una discografía considerable.

La mejor manera de recordar a Víctor Jara es volviendo a lo que le escribiera Ángel Parra en 1987 desde París:

«Querido Víctor: …Me acuerdo perfectamente de tu claridad y seguridad en tus pasos, aventuras y destinos… Me acuerdo que la Viola (Violeta Parra) me decía, aprende, aprende. Espero haber aprendido algo. Por ejemplo, la humildad, el heroísmo no se vende ni se compra, que la amistad es el amor en desarrollo, que los hombres son libres solamente cuando cantan, flojean o trabajan, chutean el domingo la pelota o se toman sus vinitos en las tardes, le cambien los pañales a su guaguas, distinguen las ortigas del cilantro, cuando rezan en silencio porque creen y son fieles a su pueblo eternamente como tú…

«También quiero decirte al despedirme que París está bello en este invierno, que mi patria la contengo en una lágrima, que vendré a visitarte en primavera, que saludes a mis padres cuando puedas, que tengo la memoria de la historia y que todo crimen que se haya cometido deberá ser juzgado sin demora, que la dignidad es esencial al ser humano, que el año que comienza será ancho de emociones, esperanzas y trabajos sobre todo para ustedes, Víctor Jara, que siembran trigo y paz en nuestros campos».

El 11 de septiembre de 1973 debía inaugurarse la exposición «Por la vida. Contra el fascismo», en la Universidad Técnica. Allí tenía que intervenir Salvador Allende e iba a cantar Víctor Jara.

Víctor proponía organizar un viaje de propaganda por el país para alertar al pueblo. La exposición antifascista de la Universidad Técnica tenía que marcar el comienzo de esta acción.

Pero el 11 de septiembre la exposición no se inauguró. Salvador Allende hizo aquel día su último llamamiento al pueblo y no en el Foro Griego de la Universidad, sino en el palacio de La Moneda, rodeado por los putchistas.

Los putchistas se apoderaron de todas las fuerzas armadas. Después de la dimisión forzosa de los generales, correligionarios de Carlos Prats, que encabezaban el ejercito de tierra, fueron destituidos de sus cargos el almirante Raúl Montero, comandante de la Marina de Guerra, y José Maria Sepúlveda, director general del cuerpo de carabineros, que no quería sumarse a los putchistas. En las fuerzas armadas se efectuó una limpia de arriba a abajo. Los fascistas lograron convertir a muchos oficiales en ciegos instrumentos del complot, convenciéndolos de la necesidad de oponerse a la amenaza de exterminio de los cuadros de mando que, como ellos afirmaban, tramaba la Unidad Popular.

El nuevo comandante en jefe, general Pinochet, que en vísperas había jurado fidelidad al presidente Allende, encabezó el golpe. Fascista encubierto con la máscara constitucionalista, Pinochet dio orden de asediar el palacio de La Moneda. En estas condiciones Allende no se creyó con derecho a llamar al pueblo inerme a la lucha.

Quería evitar un derramamiento inútil de sangre, pero decidió aceptar desigual combate en La Moneda. Sabía que con un puñado de los defensores del palacio no podría alcanzar la Víctoria militar. Pero el presidente estaba convencido de que el combate que libraría defendiendo el mandato del pueblo, sería una victoria moral y política de la Unidad Popular. No quería ver derrotada la bandera de la revolución, sino dejarla bien alta. El mandatario del pueblo prefirió morir arma en mano antes que capitular frente a los putchistas, estaba seguro que su muerte no seria estéril.

Después de los ataques aéreos las emisoras democráticas fueron callando una tras otra. Pero Magallanes seguía resistiendo. Los putchistas no pudieron interrumpir el último discurso de Salvador Allende. Luego escuché la voz familiar del locutor, que dijo: «En cualquier momento nos pueden interrumpir, pero seguiremos aquí hasta el final». En medio de los cañonazos salió al aire la canción de Sergio Ortega El pueblo unido, interpretada por Quilapayun. Los que se encontraban en la emisora corearon el estribillo:

Y ahora el pueblo
que se alza en la lucha
con voz de gigante
gritando: ¡Adelante!
¡El pueblo unido
jamás será vencido!

Quienes estaban junto al micrófono sabían que los enemigos abrirían fuego contra ellos. Mi radio emitió un chasquido y una detonación ahogó las voces de los cantantes. Traté en vano de comunicar por teléfono con Radio Magallanes cuando cesó de transmitir. Mientras tanto, en el centro de Santiago se levantaba una nube de humo. Los aviones de los putchistas estaban bombardeando el palacio presidencial.

Víctor estuvo en la Universidad, pero no cantó desde el escenario, paseaba con la guitarra entre los estudiantes tratando de animarlos. En torno al edificio el aire se estremecía de las ráfagas de ametralladora.

Por la noche la Universidad fue rodeada por soldados en carros blindados. Toda la noche estuvieron preparándose para el ataque como si tuvieran delante una fortaleza militar. Después del intenso cañoneo, los soldados irrumpieron en el edificio y emprendieron a culatazos con los estudiantes. El camarógrafo Hugo Araya, que había venido a filmar la inauguración de la exposición, se situó con su cámara frente a los «vencedores» triunfantes. Y casi al instante un balazo lo mató. A Víctor junto con otros estudiantes lo obligaron a tenderse en el suelo boca abajo.

Durante varias horas los soldados pisoteaban con sus botas a la gente tendida, sin dejar que se levantasen hasta que llego la orden de trasladar a los «prisioneros» de la Universidad Técnica al Estadio de Chile que, al igual que el Nacional, recibía a los prisioneros cautivos. Allí Víctor Jara sería asesinado un 16 de septiembre de 1973, hace 35 años.

Fragmentos de un artículo publicado en la revista Casa.

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