Profundas heridas han dejado en Cuba los tres últimos huracanes: Fay, Gustav y Ike. De Oriente a Occidente pueblos prácticamente arrasados, miles de viviendas destruidas o sin techo, cosechas perdidas, plantaciones de caña en el suelo, casas de tabaco derrumbadas, miles de damnificados, zonas todavía sin electricidad… las imágenes que publica la prensa nacional e internacional diariamente dan fe de ello, a pesar de que los daños en su totalidad no han sido cuantificados oficialmente.
La férrea voluntad de los cubanos, sin embargo, se mantiene firme, dispuestos a recuperarse aunque no con la celeridad necesaria… tardará bastante volver a levantar la obra de tantos años destruida en apenas quince días de fuertes vientos y lluvias. El propio Gobierno ha reconocido que las reservas estatales no alcanzan para solventar las necesidades actuales. Pero miles de brazos apoyan las tareas para mejorar las condiciones de vida en las comunidades, y restablecer servicios tan necesarios como la electricidad, las comunicaciones, el abasto de agua y el sistema de salud.
La comunidad internacional se ha hecho eco del llamado de ayuda: llegan cargamentos de Brasil, España, Rusia, China, Venezuela, Timor Leste, amigos que tienden la mano a un país que se caracteriza por tender la suya hasta el otro lado del océano cuando ve que alguien la necesita. Desde las provincias menos dañadas, como Villa Clara, donde vivo, se envían alimentos, recursos materiales, mano de obra calificada a Pinar del Río, Holguín, Camagüey donde el azote de los huracanes resultó más violento.
Frente a nosotros, acechando a la presa herida, un águila imperial trata de pescar en río revuelto, hace sus cálculos y actúa con prepotencia. Ofrecimiento de una ayuda que de antemano sabe que será denegada, pues las condiciones impuestas son inaceptables por un país soberano e independiente; campañas mediáticas criticando al Gobierno Cubano por rechazarla a pesar de la situación de emergencia, una Fundación Cubano Americana recaudando fondos para las familias cubanas, que ni se sabe adónde irán a parar; el Heraldo de la contrarrevolución, con decenas de páginas impresas y digitales, dedicadas a pronosticar (otra vez) la asfixia, esta vez por agua y viento, de una Revolución, (y con ella la de los cubanos) que desde hace cincuenta años los mantiene desvelados.
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