UN PARQUE EN LA HABANA PARA WIFREDO LAM

Vuelo Lam, obra del escultor santiaguero Alberto Lescay.En un céntrico parque del Vedado, en la confluencia de las calles 14 y 15, quedó emplazada la escultura de una mítica ave caribeña, que simboliza cuánto la cultura cubana le debe al genio creador del pintor Wifredo Lam.

La pieza, denominada Vuelo Lam, representa la imagen de un enorme pájaro en bronce, de siete metros de altura, iconografía reiterativa en la creación de Lam, cuya obra sintetiza la esencia de lo cubano y lo caribeño.

Compuesto por 52 piezas y de suma complejidad por su estructura, el monumento pertenece a la autoría del santiaguero Alberto Lescay. La obra fue develada en el contexto de la X Bienal de La Habana 2009, evento de carácter internacional que acoge en esta capital a más de 300 artistas extranjeros de la plástica.

En el acto el titular de cultura Abel Prieto felicitó a Lescay y al resto de los trabajadores y 63 artistas cubanos de la plástica contemporánea que contribuyeron a hacer realidad este proyecto e inaugurarlo en los primeros días de la Bienal.

Subrayó la feliz posibilidad de que creadores de todo el mundo presentes en la importante cita de las artes visuales, compartan este tributo a Wifredo Lam, quien como ningún otro resumió en su obra el mestizaje étnico, cultural y espiritual que representa la identidad de la nación cubana.

WIFREDO LAM (Síntesis biográfica)

La Jungla, de Wifredo Lam, obra emblemática del pintor cubano.Wifredo Lam nació en Sagua la Grande, pequeña ciudad de la provincia cubana de Villa Clara. Contradiciendo los deseos de su madrina, que auguraba para élun brillante futuro como hechicero, el joven es enviado a La Habana a estudiar Derecho y, al mismo tiempo, desarrollará sus inclinaciones artísticas en la Academia de San Alejandro. Poco interesado en las leyes, Lam se concentra en la pintura y prefiere dibujar la frondosa vegetación del jardín botánico a los motivos clásicos que sus maestros le imponen.

El limitado horizonte cultural de la capital cubana pronto despierta en Lam el deseo de viajar a Europa, y en 1923, con veintiún años, se embarca hacia España. La afinidad lingüística y los lazos afectivos hacen que lo que en un principio no debía ser más que una etapa de su viaje hacia París, se convierta en una estancia de catorce años. Poco a poco, su pintura va asumiendo un lenguaje moderno que combina una estructura geometrizante con cierta vena surrealista.

Más tarde conoce al escultor Manolo Hugué, quien, ante el deseo manifestado por el pintor cubano de viajar a París, le da una carta de presentación para Picasso. Lam, que había tenido ocasión de asistir a la exposición de Picasso que se celebró en Madrid en 1936, definió esta experiencia como «una conmoción».

Su relación personal con el artista malagueño será muy intensa: desde que, en 1938, ambos se conocen en París, recién instalado Lam en la ciudad, la sintonía afectiva se ve reforzada por el mutuo respeto ante sus trabajos. Entre los amigos que Picasso presentó a su «primo cubano» se encontraba Pierre Loeb, un marchante que le brinda la posibilidad de exponer su obra en julio de 1939.

De nuevo la guerra irrumpe bruscamente en la vida de Lam. El color de su piel y su condición de luchador antifascista le hacen temer por su integridad y, ante la inminente entrada de las tropas alemanas en París, se dirige hacia el sur, dejando sus obras al cuidado de Picasso. Tras un azaroso viaje llega a Marsella, ciudad en la que se encuentra una nutrida representación de la vanguardia artística francesa esperando para embarcar con destinos diversos. Allí se estrecha su relación con el círculo de los surrealistas, especialmente con André Breton, quien, fascinado por la obra pictórica del cubano, le pide que ilustre su poema Fata Morgana.

Tras unos meses en Marsella y ante el hostigamiento de las autoridades de Vichy, Lam se embarca, en compañía de otros trescientos intelectuales y artistas, con destino a La Martinica. Después de un pintoresco viaje y de permanecer internado durante cuarenta días en un campo de concentración de la isla caribeña, Lam llega a Cuba en 1941; el viaje había durado siete meses.

Paradójicamente, el reencuentro con su país es muy amargo: al sentimiento de desarraigo que le provocan los diecisiete años de ausencia se une la indignación por las lamentables condiciones en que se desarrolla la vida de sus gentes, especialmente la de sus hermanos de raza. Este sentimiento le lleva a superar la postración inicial y a iniciar una actividad artística basada en las raíces de un pueblo que, en opinión de Lam, debía recuperar su dignidad. De esta forma, los referentes autóctonos se funden con el lenguaje formal aprendido en Europa para producir obras tan importantes como La jungla (1942-1943), donde aparecen ya los personajes del panteón yoruba que poblarán gran parte de su producción posterior.

En la segunda mitad de la década de los cuarenta, Lam alterna su residencia entre Cuba, Nueva York y París, ciudad esta última en la que se instala en 1952. El alejamiento de su país no le impide implicarse en los acontecimientos políticos que allí se suceden: apoya los movimientos de oposición al régimen de Batista y recibe con entusiasmo la caída del dictador y el triunfo de la revolución en 1959. Lam, que en ningún momento deja de pintar, goza ya de un reconocimiento internacional. Desde 1964 pasa largas temporadas en Albisola Mare; en este pueblecito italiano, cercano a Génova, el artista danés Asger Jorn, creador del grupo COBRA, le inicia en la cerámica. Sin embargo, Lam no perdió el contacto con París, donde fallece en 1982, año en el que se muestra una importante retrospectiva de su obra.

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