
Camila Vallejo ofrece declaraciones en Santa Clara, durante su visita al monumento al Che Guevara en la histórica Plaza.
Por Yoelvis Lázaro Moreno.— A modo de pincelada, una entrevista publicada recientemente Camila Vallejo cuenta que cuando ella desea volver a ser la veinteañera desconocida de hace poco más de un año, apaga su móvil destartalado y se traslada a una casa del Cajón del Maipo, una localidad ubicada en la precordillera andina —a unos 52 kilómetros de la ciudad de Santiago de Chile—, adonde se fue a despedir el 2011 junto a un grupo de amigos. Quizás en busca de un ambiente tranquilo tras un período intenso, acompañada seguramente con la música que más le gusta: el rock clásico, el bossa nova, el hip-hop y la cumbia.
Ahora, mientras admiro de cerca su belleza física, estampada con poses de mujer reservada, me viene a la mente su configuración de imagen mediática ampliamente difundida, esa joven de ojos claros y piercing en la nariz, a la cabeza de cientos de marchas, blindada por un grupo de guardaespaldas, con una sobriedad sorprendente para sus 23 años, entre gases lacrimógenos y policías que reprimen despiadadamente.
Camila Antonia Amaranta Vallejo Dowling, la muchacha que por más de nueve meses lideró el movimiento de protestas universitarias en Chile, visitó hace apenas unas semanas Cuba, como integrante de una delegación juvenil de esa nación andina, invitada a las celebraciones de las cinco décadas de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Y en ese itinerario por universidades y sitios de interés histórico, Santa Clara acaparó solemnidades y entusiasmos: un minuto de silencio frente a los restos del Guerrillero de América y un teatro universitario abarrotado, expectante por conocer el rostro icónico y vivir la experiencia del intercambio.
Ante las precisiones de una agenda bien apretada, la actual vicepresidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) y también miembro de las Juventudes Comunistas de su país, hiló en pocos minutos la disfrutable tensión de este diálogo, movido por la prisa y las intenciones compartidas casi al unísono con más de un colega.
—La historia revolucionaria del Comandante Guevara constituye un hito para todos los movimientos izquierdistas del mundo. ¿Qué se siente cuando uno visita esta ciudad y logra estar tan cerca del Che?
—En primer lugar, mucha emoción, pero al mismo tiempo mucha fortaleza. Es como si estuviéramos viéndolo o imaginándolo vivo, a pesar de que asistimos al lugar donde solo reposan sus restos. Ese aliento de vida, ese pálpito, se traduce en fuerza y esperanza, y nos insta a asumir cualquier proyecto de cambio con gran valentía, como él lo hizo.
«En Chile se vive hoy un modelo que ha deshumanizado las relaciones entre las personas. Por eso, la lucha por una verdadera democracia y por la justicia social constituye el mejor camino para la construcción del hombre nuevo del cual habló el Che. Para para gestar esa idea necesitamos librarnos de ciertas trabas que nos mantienen como esclavos del endeudamiento, la ignorancia, la apatía y el conformismo ante una realidad estática que pudiera parecer imposible transformarla. Mas no es así».
—En plena crisis del capitalismo y contrario a muchas tendencias de corte neoliberal, América Latina ha mostrado en los últimos años avances en pos de la democracia. ¿Cuánto aporta el escenario actual del continente a las nuevas generaciones de latinoamericanos con pensamiento progresista?
—Muchísimo. Creo que de alguna manera estamos levantando las mismas voces. Son gobiernos a los que debemos apoyar, aun cuando no se haya conseguido completamente en ellos el socialismo que muchos quisiéramos. Hoy se hace necesario respaldar a Chávez, a Cristina, a Correa, a Evo y a otros mandatarios con ideas a favor de sociedades menos desequilibradas que la nuestra.
«Pienso que el renacer de la izquierda latinoamericana obliga a volver a las ideas de Salvador Allende, que recogen las aspiraciones más legítimas del pueblo. Este líder fue parte de un proyecto nacional que logró materializar las intenciones de muchos jóvenes y de otros sectores. En su tiempo se construyó un proyecto de país libre, democrático, que lamentablemente se vio interrumpido por una dictadura sangrienta que nos ha relegado a un sistema de dominación sociopolítica, económica y cultural, y nos ha privado de los derechos ciudadanos más elementales».
—Debido a las grandes transnacionales de la información, en muchos países, incluyendo tu propia nación, el cerco comunicacional es abrumador. ¿Cómo valoras el reflejo mediático de todo lo sucedido en Chile durante el 2011?
—Lo que se cuenta no es más que un relato muy conveniente a ciertos intereses económicos y políticos. La prensa capitalista dijo con insistencia que se trataba de un movimiento espontáneo, centrado y dependiente de una sola figura, en este caso yo. Hubo grandes intenciones de personificarlo y ponerlo a los ojos de todos como una operación política que buscaba generarle una crisis de gobernabilidad a la derecha.
«Sin embargo, los sucesos del pasado año, por encima de todo, son el resultado de una construcción colectiva e histórica, desde distintos contextos, escenarios y generaciones que nos precedieron. Fue la combinación de muchos actores sociales, algo que no han manifestado así los medios de comunicación en su interés por inculcar las lógicas de la competencia y el individualismo como matrices del modelo que representan».
—Ante el derechismo atroz que impera hoy en la escena política de muchos pueblos, ¿qué pueden hacer las juventudes comunistas del mundo para neutralizar o gestar una conciencia más sólida en la lucha contra ese modo de actuación?
—Históricamente, la juventud siempre ha tenido un tremendo papel en el desarrollo de las transformaciones sociales. Ante todo, la lucha de ideas que nos corresponde librar, especialmente en el contexto chileno, no puede ser una lucha gremial ni de sectores aislados, en la que estén los estudiantes y los trabajadores cada cual por su lado. Se necesita la unidad, en primer orden.
«La batalla por el cambio requiere más comprensión de la realidad, palparla en todas sus dimensiones, con el propósito de ampliar la correlación de las fuerzas y de los intereses en la lucha, para enfrentar el modelo de una manera articulada y así emprender una transformación radical desde la base, desde los diferentes sectores.
«Ante la segmentación y el analfabetismo al que nos han sometido, los jóvenes hemos demostrado que se puede crear una contrahegemonía y es posible generar fisuras en la supremacía cultural e ideológica del modelo, como estructura reversible».
—Recientemente, en la presentación de sus memorias, el líder histórico de la Revolución, Fidel Castro, hizo un llamado a valorar tus ideas sobre la educación. ¿En qué consiste ese modelo de enseñanza por el que se debe apostar si se quiere la transformación del hombre como protagonista de una sociedad mejor?
—Considero que la educación es la antesala de la democracia. Está llamada a engendrar valores, principios, el respeto por el ser humano independientemente de las diferencias. Debe estar marcada por intenciones pluralistas, ser abierta y multicultural, capaz de reconocer nuestras identidades comunes y nuestros orígenes sin menospreciar ni echar a un lado lo que identifica.
«La expresión más generalizada de los procesos de aprendizaje en nuestro país ha adquirido durante años un sentido unilateral, que impide al estudiante cuestionar y criticar más allá de lo que se le da. Todo se centra en memorizar contenidos, asimilar y obedecer, coartando el derecho al debate, a la discusión de propuestas y a la organización. Solo se ofrece la libertad del consumidor, la de escoger entre un producto y otro.
«Una educación proyectada hacia una sociedad justa pasa por un modelo ideológico que permita abrirse al presente y pensar en el futuro. No puede prescindir de las clases de historia y de formación cívica, como ha ocurrido en Chile, con el objetivo de crear autómatas, fomentar la desmemoria histórica, no reconocer el pasado y promover en los jóvenes un desconocimiento de su institucionalidad política.
—Con sus virtudes y aspiraciones, ¿qué aspectos conectan la tradición formativa cubana con ese patrón de enseñanza que se desearía tener en todas las universidades latinoamericanas?
—Pienso que guardan mucha relación. La escuela de este país responde, con coherencia, a la necesidad de construir una nación socialista. Por ello, todo lo que se enseña tributa con mucha funcionalidad a la tarea de formar el hombre nuevo y revolucionario, no solo en el ejercicio de sus derechos, sino también en el de sus deberes.
«La educación cubana, tanto la universitaria como la general, sin ser perfecta, es la contrabalanza de esa herencia que ha ganado fuerza en muchos países, como parte del modelo neoliberal. En Chile, por ejemplo, la enseñanza tiene una naturaleza mercantil, antipopular, antidemocrática, que permite la reproducción del sistema y busca la eficacia de determinado estado de orden. Por esa razón, hace falta pensarla como una herramienta para la emancipación del hombre a través del conocimiento.
—Durante varios días has compartido con los jóvenes cubanos sus posibilidades y conquistas, sus mayores sueños y conflictos. Desde tu perspectiva, ¿cómo concibes entre ellos el intransferible compromiso de la continuidad histórica de la Revolución?
—En el encuentro que sostuvimos con el Comandante Fidel, él nos decía que la juventud tiene tareas fundamentales sobre sus hombros. Y entre ellas pienso que está la participación activa en todos los procesos que vive el país, de modo que se vaya alcanzando gradualmente la madurez necesaria para darle curso a lo que representa el futuro del proyecto socialista que aquí se defiende.
«Ha sido fraterno el vínculo con la UJC, una organización hermana con la que debemos seguir trabajando de conjunto. Realmente, escuchar a los jóvenes de esta Isla es siempre una posibilidad de aprendizaje. Aquí vemos cultura, inteligencia y, sobre todo, una voluntad permanente de vencer cualquier desafío. Especialmente con eso me identifico. Ello nos compromete como si fuésemos partícipes del modelo que ustedes construyen, pues tenemos la convicción de que defender la Revolución cubana también significa, en tiempos como estos, fomentar el sueño y las esperanzas de todos».
Es maravilloso ver la valentia de esta muchacha que con apenas 23 años de edad enfrento a soldados poniendo en peligro su vida solo por una buena causa , verdaderamente como ella quedan pocas , y debemos seguir su ejemplo ,de luchadora , sinceramnte fue muy grata su visita y mas grato aun conocerla personalmente , ademas de ser una muchacha preciosa tiene exelentes cualidades que la hacen ser una persona especial digna a que sigan sui ejemplo…….